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Los Nativos Digitales

Carlitos tiene seis años, devoción por los Minions y una sonrisa traviesa, a la que le falta un incisivo y que te desmonta en cuanto la esgrime. Come de todo, salvo espárragos y coliflor y por un yogur de fresa sería capaz de vender hasta su juguete favorito. Se podría decir que es un niño tranquilo, salvo por esos arranques temporales hiperglucémicos que poseen a los infantes cuando se hinchan de azúcar y que los mutan en máquinas de generar caos.

Nativos Digitales

Seguramente en un copipaste temporal, podríamos catapultar a Carlitos a cualquier otra época de la historia reciente y seguiría siendo el mismo que es ahora, pudiéndo relacionarse y evolucionar como cualquier otro niño en casi todo. Y digo casi porque Carlitos es un Nativo Digital. Se ha hablado en infinidad de ocasiones del impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad y de cómo han cambiado nuestra manera de ver la vida y esto es realmente sorprendente en los niños. Porque en ellos nada ha cambiado. Simplemente las cosas ahora son así.

Sólo hay que ver cómo Carlitos evoluciona en su casa en un día cualquiera para darse cuenta que para uno de sus ancestros, sus capacidades se asemejarían a las de la teniente Ripley evolucionando sobre los mandos de la nave Nostromo. Sus dedos apretando botones a un ritmo frenético y de manera certera mientras observa el efecto deseado en el dispositivo manejado: iPads, iPhones, mandos diversos, ordenadores…

Casi no tiene altura para llegar al fregadero de la cocina, pero su capacidad cognitiva se ha orientado de manera sublime hacia el concepto de lo táctil. Empuña el iPad con una determinación de acero. Lo desbloquea, se desplaza por él, arranca aplicaciones, las maneja y sus dedos se deslizan vertiginosamente sobre la cristalina superficie como si de un pianista ruso tocando la novena se tratase. Para los que hemos vivido la transición analógico-digital esto no deja de sorprendernos. Para ellos, esto es, como antes he dicho, simplemente así.

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En mi espíritu empírico, me dio por hacer una serie de experimentos con Carlitos y como si de una máquina del tiempo se tratase, me aventuré a entregarle numerosos objetos para ver su reacción. He de decir que esta idea me surgió el primer día que montó en mi coche y se quedó sorprendido de la manivela para subir y bajar la ventanilla que tenía su puerta trasera. Su cara de desconcierto fue palpable. Para él las ventanillas se subían y bajaban con un botón. Lo de la manivela era lo nuevo, lo extraño y para mi sorpresa, lo divertido. Evidentemente se pasó todo el camino subiendo y bajando la ventanilla en ese coche que se había transformado en un miniparque de atracciones.

Y me dije, si esa es su reacción ante una simple ventanilla, veamos lo que pueden hacer algunos de los objetos enterrados en cajas en mi desván.

El primero fue una cámara de fotos. De carrete. Tras ser informado de lo que era y enseñarle el carrete (viejo) que había que introducir y tras realizar una supuesta foto, con su clic correspondiente, le dio la vuelta buscando el display sin entender porqué no se podía ver la foto que acabábamos de sacar. Para verla hay que imprimirla en una tienda, le dije. ¿Y cómo sabes que ha salido bien? No se puede, contesté. Me miró como a un loco.

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Lo segundo fue un teléfono de góndola. De esos con un disco para marcar. Tras informarle de que eso era un teléfono y pedirle que llamara a casa su confusión fue total. De nuevo no había display, ni memoria de teléfonos almacenados, ni supo averiguar cómo funcionaba esa rueda infernal. Hicimos una llamada para que comprobase cómo solíamos hacer hace años y su perplejidad fue mayúscula. Lo intentó luego él sin éxito un par de veces y lo dejó por imposible.

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El último experimento lo hicimos con una cinta de cassete y un reproductor de música. Su fascinación fue instantánea. Le explicamos que en ese trozo de plástico había música y que para escucharla debia introducirla en el aparato grande (como en un cartucho de consola, le dije, sin darme cuanta que él tampoco era de la época de los cartuchos). En cuanto lo hicimos y le dió al Play su cara cambió. Ver girar la cinta mientras escuchaba cómo Duncan Dhu se preguntaba dónde irían cien gaviotas le dejó anonadado. Su mirada pasaba del aparato a nosotros y de vuelta al aparato al mismo tiempo que su mandíbula se dejaba llevar por la gravedad más absoluta. Pusimos otro par de cintas viejas… rebobinamos… cambiamos de cara… Me pidió que se lo regalase y tras mi negativa y su ceño fruncido, me dijo que vendría a menudo para ‘poner cintas’.

Ahora cada vez que Carlitos me ve, me dice que le enseñe chismes nuevos, que son muy divertidos.

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Así son los Nativos Digitales, orientados perfectamente a las nuevas tecnologías, lo que nos hace sorprendernos de su absoluto control sobre ellas y su facilidad para evolucionar, pero volviendo a ser unos niños curiosos cuando se enfrentan a máquinas ancestrales rescatadas del olvido.

Y vosotros, ¿habéis sorprendido a vuestros pequeños con antiguallas? ¿Cómo han reaccionado?